Nos redirigió por un pasillo lateral. “Nada de aviones privados”, dijo. “Adrián controla el cielo. Nosotros usaremos tierra”.
“¿Adónde?”, preguntó.
“A un hospital público, con cámaras, registros y abogados. Lugares que el dinero no puede borrar”.
En Santa Inés, entregamos los documentos falsificados. La enfermera inmediatamente puso mi caso en estado confidencial: sin sedación sin mi consentimiento explícito, todos los procedimientos explicados, mi padre presente en todo momento. El abogado del hospital fotografía cada página.
A las 3 am, mi padre regresó con fotos y café. “Cadena de custodia”, dijo. “El papel triunfa sobre el dinero”.
Al amanecer, la fiscalía había iniciado una investigación. Los titulares seguían: Fiscal investiga acusaciones de interferencia en la custodia contra el multimillonario Roth.
Apoyé la mano sobre mi vientre. El bebé se mueve, fuerte y vivo. Por primera vez en días, la esperanza se arraigó.
Cuando llegó el parto, mi hija nació sana, su llanto era intenso. La llama Grace.
El juez emitió una orden de protección: no me retiraron la custodia, solo visitas supervisadas. Adrian intentó con encanto, luego con amenazas. Ambas fallaron. La ley ya estaba observando.
Nuestro enfrentamiento final no fue cinematográfico, sino clínico. Una sala de conferencias sencilla, una pila de papeles. Adrián parecía…
Más pequeño de lo que lo había visto nunca mientras cedía su influencia: nada de manipulación médica, nada de intimidación, nada de contacto sin supervisión.
Afuera, mi padre ajustaba el asiento del coche de Grace con manos expertas. “Pensé que querías algo normal”, dijo en voz baja.
“Sigo pensando”, le dije. “He aprendido que lo normal no es donde vives, sino lo que decide proteger”.
Asintió. “Luz de día. Sin dramas”.