Se sentó junto a ella, no dijo nada, solo se quedó mirando como la niña acomodaba las piedras en fila. Claudia los miró desde la ventana. Supo que algo estaba pasando, algo que no podía controlar. Esa noche, al llegar a casa, Claudia preparó la cena como siempre, pero apenas pudo comer.
Se sentó en la cama con Renata dormida a un lado y pensó, “No quería meterse donde no la llamaban. No quería ilusiones, pero tampoco podía negar lo que estaba sintiendo, que su hija se estaba encariñando con Leonardo, que ella también, y que ahora con la llegada de Julieta, todo eso estaba en riesgo, no por celos, no por competencia, sino porque Julieta era de otro mundo, uno que Claudia no conocía ni le interesaba conocer, pero que tenía poder. Y ese poder podía mover todo lo que con esfuerzo había empezado a construirse.
El día había empezado con calor. de esos que te hacen sudar la frente desde que sale el sol. Claudia ya se sentía cansada desde que se subió al camión con Renata de la mano, pero aguantó como siempre. A esas alturas ya no sabía si el cansancio era físico o emocional.