Sin que nadie se diera cuenta, se acercó a la puerta de vidrio y se quedó observando al hombre en la cama. Sus ojos se llenaron de lágrimas y susurró algo que solo él podía oír. “Yo conozco a este hombre”, le dijo Manuel a una enfermera que pasaba. “Necesito hablar con su familia”. La enfermera, una mujer de mediana edad llamada Carmen, miró al albañil con desconfianza. Manuel tenía alrededor de 50 años. Usaba una gorra café desgastada y sus manos callosas contaban la historia de décadas trabajando con cemento y ladrillo.
“Señor, el hospital no permite visitas de personas que no sean de la familia”, explicó Carmen notando la emoción sincera en el rostro del hombre. “Por favor, señora. Yo sé quién es él. Trabajamos juntos hace mucho tiempo. Tal vez yo pueda ayudar. “En ese momento, Daniela Morales Gutiérrez, hija de Rodrigo, llegaba al hospital para una visita más sin esperanzas. A sus años había asumido temporalmente los negocios de su padre, pero sentía el peso de la responsabilidad aplastando sus hombros.
Cuando vio a un hombre sencillo conversando con la enfermera frente a la habitación de su padre, su primera reacción fue de irritación. ¿Qué hace este hombre aquí? preguntó con aspereza. Manuel se volteó y sin conocer a Daniela personalmente supo de inmediato que era hija de Rodrigo. Los mismos ojos expresivos, la misma frente alta. “Señorita, ¿usted es hija de don Rodrigo?”, preguntó con voz temblorosa. “Sí, lo soy y quiero saber quién es usted y qué quiere con mi padre.