Me enteré de que mi marido estaba planeando divorciarse, así que una semana después trasladé mi fortuna de 400 millones de dólares…

Y luego esperé.

El momento oportuno.

No sospechó nada. Thomas

Continuó con su pequeña farsa: viajes de negocios, planes para cenar, algún que otro cariño forzado. Yo hice de esposa comprensiva hasta que el escenario fue mío.

Tres semanas después, un jueves por la mañana, bajaron las escaleras y encontré la casa en silencio.

Ni olor a café. Ni zumbido del lavavajillas. Ni un sonido mío en la cocina ni en la ducha.

Solo un sobre cerrado sobre la mesa.

Dentro, encontré una sola página impresa.

Tomás,

Vi los correos. Todos y cada uno de ellos.

Tenías razón en una cosa: no lo vi venir. Pero ahora tú tampoco lo verás.

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Para cuando leas esto, todo lo importante ya estará fuera de tu alcance. Las cuentas, las propiedades, el apalancamiento… todo se ha ido.

Ya he solicitado el divorcio. Mi abogado se pondrá en contacto contigo.

Y Thomas… por favor, no te insultes intentando luchar contra esto. Perderás. Discretamente.

Tal como lo planeé.

—Tu esposa

PD: Revisa la carpeta en la laptop. Se llama “Libertad”.

Lo hizo.

Y dentro, lo encontré todo: capturas de pantalla de sus correos electrónicos, estados financieros, cartas legales ya presentaciones y un solo video.

Era yo, sentada en mi oficina en casa, tranquila e imperturbable.

“Thomas”, dije en el vídeo, “nunca me conociste de verdad. Pero yo te conocí. Te di todas las oportunidades para ser honesto. Elegiste la guerra. Así que elegí terminarla antes de que empezara”.

Desaparecí un tiempo después de eso, no por miedo, sino a propósito.

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