Después de la boda, su padre le entregó una bolsa pequeña con algo de ropa y volvió a empujarla hacia el hombre.
—Ahora es tu problema —dijo, y se marchó sin mirar atrás.
El mendigo, llamado Yusha, la llevó en silencio por el camino. No habló por un largo rato.
Llegaron a una choza deteriorada en la orilla del pueblo. Olía a tierra mojada y humo.
—No es mucho —dijo Yusha en voz baja—, pero aquí estarás a salvo.
Ella se sentó en un petate viejo, aguantando las lágrimas.
Ésa era su vida ahora: una joven ciega, casada con un mendigo, viviendo en una choza hecha de barro y esperanza.
Pero algo extraño pasó esa misma noche.
Yusha le preparó té con manos suaves.
Le dio su propio abrigo y durmió junto a la puerta, como un guardián protegiendo a su reina.
Le habló con sinceridad, preguntándole qué historias le gustaban, qué sueños tenía, qué comidas le traían alegría.
Nadie antes le había preguntado nada así.
Los días se convirtieron en semanas.
Yusha la acompañaba al río cada mañana, describiéndole el sol, los pájaros, los árboles — con una poesía tan viva que Zainab casi podía verlos en su mente.
Le cantaba mientras ella lavaba la ropa, y por las noches le contaba historias sobre estrellas y tierras lejanas.
Zainab rió por primera vez en años.
Su corazón empezó a abrirse.
Y en esa pequeña y extraña choza… ocurrió lo inesperado:
Zainab se enamoró.
Una tarde, mientras tomaba su mano, le preguntó:
—¿Siempre fuiste mendigo?
Yusha dudó. Luego respondió con voz suave:
—No siempre.
Pero no dijo más, y Zainab no insistió.
Hasta que un día…
Zainab fue sola al mercado a comprar verduras.
Yusha le había dado instrucciones claras, y ella las memorizó paso a paso.
Pero a mitad del camino, alguien la tomó con fuerza del brazo.
—¡Rata ciega! —escupió una voz. Era su hermana — Aminah.
—¿Sigues viva? ¿Todavía fingiendo ser esposa de un mendigo?
Zainab sintió que las lágrimas querían brotar, pero se mantuvo firme.
—Soy feliz —dijo.
Aminah soltó una risa cruel.
—Ni siquiera sabes cómo es. Es basura… igual que tú.
Y luego, le susurró algo que le rompió el corazón:
—Él no es un mendigo, Zainab. Te han mentido.
Zainab regresó a casa tambaleándose, confundida.
Esperó hasta la noche, y cuando Yusha regresó, volvió a preguntarle — pero esta vez con firmeza:
 
					