Esa noche, pasé horas frente al espejo. Un vestido rojo ajustado, el pelo cuidadosamente rizado, un maquillaje impecable que me hacía sentir como una reina. Me imaginé la escena: entrar en la habitación, todas las miradas fijas en mí, comparándome —radiante y altiva— con una novia frágil en silla de ruedas. Estaba convencida de que yo sería la que brillaría.
La boda se celebró en un elegante salón de baile en la Ciudad de México. La música sonaba con intensidad y las risas inundaban el ambiente. Al entrar, vi a varios conocidos mirándome con sorpresa. Levanté la cabeza con orgullo, como si fuera la estrella de la noche.