Un albañil gastó 300 millones para casarse con una mujer paralítica; en su noche de bodas, al quitarle la ropa, descubrió una verdad impactante: “TÚ ERES…”
Los vecinos no tardaron en murmurar:
“¿Ese Hugo está loco o qué? ¡Va a gastar 300.000 pesos para casarse con una mujer que ni siquiera puede caminar!”
Algunos lo decían con lástima. Otros, con una risa cruel.
Pero Hugo no respondió. Él simplemente se sonorizó, con esa calma que parecía de otro mundo.
Y cuando posaron juntos para sus fotos de compromiso, tomó la mano de Lucía y le susurró:
“Si no puedes levantarte, me quedará sentada contigo. Caminaremos juntas, de otra manera”.
Lucía lloró como una niña. Por primera vez en tres años, no se sintió una carga, sino una persona digna de ser amada.
La familia de Lucía, especialmente su madre, se opuso firmemente.
Doña Teresa, una mujer decidida y católica, rompió a llorar:
“¡Hija mía, piensa! No puedes darle hijos, no puedes trabajar. ¿Por qué dejar que un buen hombre te arruine la vida?”
Lucía, débil pero firme, respondió:
“Mamá, él no me ve como un problema. Me ve como su destino”.
Su persistencia les ablandó el corazón.
Y así, un domingo de mayo, en una pequeña iglesia blanca decorada con buganvilias, Lucía y Hugo se casaron, rodeados del aroma a pan dulce y las guitarras de un trío local.
Hugo usó todos sus ahorros —más de 300,000 pesos, fruto de diez años de trabajo en proyectos de construcción por todo el país— para reconstruir su casa.
Construyó rampas, ensanchó las puertas, adaptó el baño e instaló barandales para que Lucía pudiera moverse sin depender tanto de él.
Incluso construyó una pequeña terraza donde ella pudiera pintar mientras él trabajaba.
“Quiero que sientas que esta casa también es tuya”, le dijo, secándose el sudor de la cara con una mano polvorienta.
Lucía sonrió entre lágrimas. Por primera vez, el futuro ya no le aterraba.