Un albañil gastó 300 millones para casarse con una mujer paralítica; en su noche de bodas, al quitarle la ropa, descubrió una verdad impactante: “TÚ ERES…”
Entre lágrimas y risas, le dijo:
“¿Ves, amor? Al final, te tocó la lotería”.
Él la abrazó y le respondió:
“Y no cambiaría este premio por nada, ni por el mundo entero”.
Desde entonces, cada mañana en Puebla, los vecinos todavía los ven —él empujando la silla, ella caminando a su ritmo— y todos saben que, a veces, la verdadera suerte no se gana con un boleto, sino con un corazón que no se rinde.