“Esta es una copia de los papeles del divorcio que me envió tu abogado”. Dijiste hace poco que Khai me dejaría firmar los papeles si los presentaba primero.
Hanh lo abrió y firmó sin dudarlo. Se giró hacia Quan, con los ojos más brillantes que nunca.
De ahora en adelante, ya no vivo para nadie más. Ya no tengo que obligarme a ser una mujer “suficientemente buena” ni fingir que todo está bien cuando estoy cansada.
Estoy aquí. No para reemplazar a nadie, sino para estar ahí cuando me necesites.
Hanh asintió levemente. Una lágrima cayó, no de dolor, sino de alivio.
Una semana después, Khai recibió un envío urgente. Era una sentencia de divorcio completamente firmada. Incluía una breve nota manuscrita:
Gracias por elegir irte, para que ya no tenga que aferrarme a alguien que ya se fue.
Quien se va no soy yo.
Eres tú: estás perdiendo para siempre a alguien que una vez te amó con todo su corazón.
En ese momento, Khai se dio cuenta: el que creía tener la iniciativa estaba siendo abandonado sin piedad.