Claudia se alejó con discreción, pero no pudo evitar mirar de reojo mientras la tensión se instalaba en la sala como una nube densa. Julieta caminó por la casa como si estuviera inspeccionando. Comentó que todo estaba igual, que nada había cambiado. Luego, sin disimular, preguntó, “¿Y esa niña que anda por ahí? ¿Ahora también tienes guardería en casa?” Leonardo respondió con voz firme. “Es hija de Claudia y no es tu asunto.” Julieta levantó las cejas.
Claudia, que escuchaba todo desde la cocina, sintió que se le helaba el cuerpo. Julieta se instaló en la casa como si fuera su visita obligada. Se sentó a tomar café con Marta, preguntó por cosas que ya no le correspondían y lanzó comentarios disfrazados de interés, pero detrás de cada palabra había juicio.
En la tarde, cuando Claudia fue a recoger los cojines del jardín, Julieta estaba sentada en una de las bancas. La miró de arriba a abajo, como midiendo su valor. Luego habló. Tú eres la mamá de la niña. Claudia asintió. Bonita, muy viva. Siempre viene contigo. Sí, señorita. Julieta fingió una sonrisa. Qué suerte tiene de estar en un lugar así. Claudia no respondió.
Julieta se inclinó un poco hacia adelante. ¿Y cuánto tiempo llevas trabajando aquí? Dos años. ¿Y siempre con tanta confianza? Claudia apretó los dientes. Solo hago mi trabajo. Julieta rió sin gracia. Claro, y parece que lo haces muy bien. Esa conversación fue corta, pero suficiente. Claudia entendió que esa mujer no estaba ahí solo de visita. Estaba observando, mediendo, juzgando.
Era como una advertencia silenciosa. Esa noche, cuando terminó su turno, Claudia salió por la puerta lateral con Renata dormida en brazos. José se acercó serio y le dijo en voz baja, “Ten cuidado con esa señora. No le cae bien nadie que no sea de su nivel.” Claudia solo asintió apretando los labios. Ya lo había notado.
Pasaron dos días. El domingo Claudia no fue a trabajar, pero el lunes al llegar notó algo raro. Marta la recibió con una cara incómoda. ¿Te enteraste? Claudia negó. Marta la llevó a un rincón y le dijo que Julieta había regresado el domingo a comer con Leonardo, que había llevado fotos viejas, que había estado recordando cosas con él, que parecía querer quedarse más tiempo.
Claudia sintió el estómago apretarse, no por celos, por precaución, porque sabía que esa mujer no venía solo a visitar. Durante la semana, Julieta apareció de nuevo varias veces, a veces con alguna excusa, otras sin ninguna, siempre bien vestida, siempre entrando como si nada. A Renata la saludaba con una sonrisa falsa, de esas que los niños detectan al instante. La niña no se le acercaba.
Prefería quedarse con Claudia o jugar lejos cuando ella estaba. Leonardo no decía mucho. Se mostraba educado, pero distante, aunque a Claudia le costaba no sentir que algo se estaba rompiendo. Una tarde, mientras Claudia limpiaba el comedor, escuchó que Julieta y Leonardo discutían en el despacho. No se oía todo, pero sí algunas palabras.
No entiendo qué haces con esa mujer aquí. ¿Desde cuándo te importa? Desde que dejaste de ser tú. No vine a discutir. Entonces, no vengas. La puerta se cerró de golpe. Claudia no sabía si debía sentirse aliviada o más preocupada. Leonardo salió poco después, caminó directo al jardín donde Renata jugaba con piedras.