Mi marido y mis sueños exigieron una prueba de ADN para nuestro hijo. Dije que estaba bien, pero lo que pedí un cambio lo cambió todo.

Fingí no oírla, pero sus palabras me dolieron más que los puntos de mi cesárea.

Al principio, Mark lo dejó pasar. Nos reímos de lo rápido que cambian los bebés, de cómo Ethan tenía mi nariz y la barbilla de Mark. Pero la semilla estaba plantada, y Patricia la regó con sus venenosas sospechas a cada oportunidad.

“¿Sabes? Mark tenía los ojos azules de bebé”, dijo con tono calculador mientras sostenía a Ethan contra la luz. Es raro que Ethan los tenga tan oscuros, ¿no crees?

Una noche, cuando Ethan tenía tres meses, Mark llegó tarde del trabajo. Yo estaba en el sofá amamantando al bebé, con el pelo sucio y el cansancio colgando como un abrigo pesado. Ni siquiera me dio un beso de despedida. Se quedó allí, con los brazos cruzados.

“Tenemos que hablar”, dijo.

En ese momento, supe lo que venía.

“Mamá y papá creen… que sería mejor hacer una prueba de ADN. Para aclarar las cosas”.

“¿Para aclarar las cosas?”, repetí con la voz ronca por la incredulidad. “¿Crees que te engañé?”

Mark se sintió incómodo. “Claro que no, Emma. Pero están preocupados. Y yo… solo quiero dejar esto atrás. Por todos”.

Sentí un nudo en el estómago. Por todos. No por mí. No por Ethan. Por la tranquilidad de sus padres.

“De acuerdo”, dije tras un largo silencio, apretando los labios para no sollozar. “¿Quieres pruebas? Las tendrás. Pero quiero algo a cambio”.

Mark frunció el ceño. “¿Qué quieres decir?”

“Si acepto esto, esta ofensa, entonces aceptas dejarme manejar las cosas a mi manera cuando sepa el resultado”, dije con voz temblorosa pero firme. “Y aceptas, ahora mismo, delante de tus padres, que aislarás a cualquiera que aún amigo de mí cuando esto termine”.

Mark Dudó. Pude ver a su madre detrás de él, tensa, con los brazos cruzados y la mirada fría.

“¿Y si no lo hago?”, preguntó.

Lo miré fijamente, la suave respiración de nuestro bebé me calentaba el pecho. “Entonces pueden irse. Pueden irse todos. Y no vuelvan”.

El silencio era denso. Patricia abrió la boca para protestar, pero Mark la silenció con la mirada. Sabía que no bromeaba. Sabía que nunca lo había engañado, que Ethan era su hijo, su viva imagen si se hubiera molestado en ver más allá del veneno de su madre.

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