RECORDAR
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Esta sopa no es solo una receta; es un ritual. Comienza con una visita al mercado local, donde consigo los ingredientes más frescos: zanahorias de color naranja brillante, col rizada de color verde intenso y patatas de sabor terroso, cada una seleccionada a mano con esmero. Luego está la carne, marmolada y jugosa, de un carnicero experto en su oficio.
Preparar la sopa me recuerda los fines de semana que pasaba en la cocina de mi abuela. Ella se paraba junto a la estufa, con su cuchara de madera desdibujada, removiendo una olla parecida a la mía, contándome historias familiares y de vez en cuando dándome pequeñas muestras. Su versión de la sopa era contundente y sencilla, hecha con lo que tenía a mano. La mía es un poco más refinada, pero cada bocado lleva un toque de su sabiduría y calidez.
Hay un proceso seguro y predecible: dorar la carne para intensificar esos profundos sabores umami, sofreír la cebolla hasta que esté dorada y dulce, y finalmente añadir las verduras y el caldo. Es el tipo de cocina que invita a relajarse y saborear cada paso, dejando que la anticipación crezca.
Cuando la sopa está lista, es como un cálido abrazo: generosos trozos de carne, verduras tiernas y un caldo tan sabroso que querrás beberlo directamente del tazón. Es perfecta para esas tardes en las que necesitas un poco de calidez extra, ya sea acurrucado con un buen libro o sentado a la mesa con tus seres queridos.
Esta sopa de verduras con carne es más que una simple comida; es una tradición, un recuerdo y una celebración de la temporada. Cada cucharada cuenta una historia, y espero que se convierta en un recuerdo entrañable de la tuya también.
Así que, coge tu olla más grande, reúne tus ingredientes y ¡a crear magia! Porque no hay nada como la simple alegría de una sopa casera para recordarte que a veces los mejores momentos se encuentran en las cosas más pequeñas.
 
					 
			